jueves, 17 de marzo de 2011


martes, 14 de septiembre de 2010

Divinidad soñada

Esto parece una obra de arte hecha directamente por Dios. La magnificencia de lo que estoy viendo es simplemente indescriptible, debo estar soñando. Me encuentro en un bosque espeso. Una escena que me transporta a África. Árboles a ambos lados del camino, y un terreno terracota que hace que mi mente dibuje jirafas y elefantes sobre él.

A lo lejos, en el horizonte, se ve esa montaña, cubierta a medias por nieve y con un par de nubes jugueteando alrededor de ella. Aquí el clima es simplemente perfecto. El sol roza cada rincón de lo que veo, y así, entre claros y sombras se va dibujando éste paisaje, que parece el fondo perfecto para filmar aquella película que, aunque probablemente no rompería las taquillas mundiales, con seguridad, cambiaría más de una vida... lo que al final encuentro más interesante.

Y ahí estaba él. Ahí estaba yo. Ahí estábamos nosotros. Sujetando nuestras manos mientras caminábamos sobre ese barrial, que había tomado extrañas formas cuando estaba humedecido, pero que ahora solo parecía un pedazo de mar que se hubiese solidificado. Cada onda, cada detalle, cada pliegue bajo nuestros pies, era como un milagro, casi como caminar sobre agua, solo que menos incierto.

A nuestro lado está ese árbol de moras, que no son moras de las que solía comer en mi patria; son estas moras dulces, como mezcladas con uvas, y que nunca antes había comido. Así es que nos detenemos a un lado del camino, y dejamos que los arbustos nos seduzcan con sus mejores frutas. Ellos nos ofrecen su mejor cosecha, y nosotros la disfrutamos. Como un manjar preparado por el bosque sólo para nosotros dos. No hay nadie más, no hay huellas o algún indicio de presencia humana, por lo menos, algunos buenos cientos de metros a la redonda.

No necesitaría mucho más que esto para vivir feliz el resto de mis días-- pienso incesantemente. A mi lado está él. Mi tesoro. Sus bellos ojos más azules que nunca, moviéndose como una brújula, que claramente apunta a donde debemos ir.

Cada paso nos lleva a un lugar aun más hermoso. Llegamos al final de este camino, y encuentro al dueño de mi alma fabricando una cometa, sí, una cometa! Lo está haciendo con algunas hojas y pedazos de paja que encuentra en el camino. Será posible?, al menos, luce como una cometa... es nuestra cometa, no habría ningún precio que alguien pudiese pagar por una como ésta. No es importante si la cometa quisiese volar o no. Es importante que él la fabricó para hacerme feliz, no importa nada más que eso.

Así que ponemos a volar nuestra cometa, y que sorpresa que nos llevamos cuando vemos que, con un par de remiendos, y un poco asustada al comienzo, nuestra creación alza vuelo. La cometa se mueve en el aire como un pez se mueve en el agua. Toma cada onda del viento y la hace suya, la disfruta... y nosotros corremos tras ella, reímos, caemos, jugamos.... amamos.

Aún no estoy segura si estoy soñando o todo esto es real. Me he pellizcado un par de veces para asegurarme, pero no parece funcionar. La sonrisa de mi boca no desaparece, el azul del cielo se mantiene, la brisa golpeando mi cara lo sigue haciendo, y él sigue ahí, a mi lado, mirándome fijamente. Si todo esto fuese un sueño, y en unas horas despertara encontrando que todo esto nunca sucedió, entonces, le aseguro, que podría ser feliz el resto de mi vida con el simple recuerdo de lo que estoy sintiendo ahora. Tal vez dibujaría un retrato suyo, y pasaría el resto de mi vida tratando de encontrarlo, entre las toneladas de carne y hueso que invaden las calles. Ya que importa? Lo real es que estas en mí. Lo real es que somos uno, lo real es que yo te amo.

JS

Conspiración Universal

Estaba allí, acurrucada y tratando de descifrar la situación. El sabor de dulce de leche invadía mi boca, recordándome que estaba y estaría atada a ese pasado maldito. Que era exactamente lo que me ataba a ello?. Por qué estaba escapando de mi voluntad, si mi voluntad era eso de lo que siempre me había sentido orgullosa?. Maldita voluntad. Mis pensamientos caían sobre mi, presionándome, restando aire y tranquilidad de mi ya agonizante existencia.

 Ya no había mucho más que pudiera importar más que ese sabor de dulce de leche en mi boca, era auténtico, como aquel que hacía mi abuela, mi abuela Ligia que desde el cielo me mira... o eso espero. A veces pienso que me aferro a cosas intangibles y eternas, para mantener vivo este sentimiento, estas ganas de vivir, para acrecentar en mi pecho el deseo de vencer.

 Y de pronto, todo se detuvo. Mi respiración se detuvo y mis órganos sensibles reaccionaron, el sistema colapsó. Ahí estaba él, partiendo el mundo en dos. No era posible pensar en nada, en nada más que en la zanja que se formaba en mi mundo bajo sus pies. Esto hacía parte de una conspiración universal, y me resistía a hacer parte de ella.

Me miró, como examinando las paredes internas de mi ser, y lo miré. La transparencia de sus ojos me enseñó en una fracción de segundo que en mis entrañas había algo susceptible al poder de la vida. Eso fue lo que sus ojos me dieron, vida. Se sintió como un chorro de vida directo al corazón, que se negaba a creer que no estaba carbonizado. Hasta yo me negaba a creerlo, pero estaba palpitando fuerte, no estaba muerto, ese día lo sentí mas vivo que nunca antes.

"Los ojos son la ventana del alma" dijo mi madre aquel día. Si sus ojos estremecieron mi mundo, no querría pensar lo que haría su alma. Estaba mirándome tan fijamente que mi cuerpo sentía que estallaría. Ahí estaba él, por el que hoy creo en el amor de nuevo. Su piel cubierta de mensajes ocultos, descifrables pero profundos. Un ave fénix que indicaba que ese era el punto donde iba a renacer de mis cenizas.




Johanna Salamanca

Punto y Aparte

Esto es digno de tomar mi pluma y empezar a escribir. No quería escribir nada sino el final de la novela, pero hay algo que me lo impide; algo grande. Algo por lo que decidí volver a escribir con esperanza y al amor. Algo que no me permite regresar a aquel sentimiento de tristeza profunda que yacía en mí hace un poco mas de seiscientas lunas. Probablemente alguno de éstos días, bajo esa mezcla de sonidos eternos que mi primo me dio, renacerá la inspiración que traerá consigo el final de “Utopia”. Por ahora, escribiré lo que está pateando salvajemente por salir de mi alma.

JS

lunes, 19 de julio de 2010

Utopía - Capítulo V

"Los meses seguidos fueron una lucha constante entre la vida y la muerte. Caminando siempre en esa línea delgada y dolorosa llamada agonía. A veces me pongo a pensar en la fuerza que un evento desafortunado imprime en los seres humanos, y los hace unirse de tal forma que la angustia, y el dolor se aminoran. Es como un mecanismo de protección; como un sistema que disipa las cosas malas y las hace mas llevaderas, menos pesadas"... 

Verónica levantó su mirada, como tratando de encontrar más palabras que encajaran perfectamente en lo que quería decir. Tratando de describir de la forma más detallada posible cómo todo había ocurrido. Confundiendo un poco lo real con lo no real; como tratando de mezclar limón con azúcar, sólo para hacerlo mas comible.

El lápiz que sostenía en su mano temblaba levemente, y el silencio que invadía la habitación hacía que su respiración retumbara entre esas cuatro paredes. Frente a ella, un escritorio, montones de hojas esparcidas por todas partes, tazas de café frías sin haber sido probadas, un cenicero rebosado de cenizas, y una lámpara de mesa, con una luz amarillenta, y poco potente.


Verónica volvió sus ojos al papel y siguió escribiendo: "El día que todo terminó, parecía haber sido el día más tranquilo desde que todo ésto comenzó. Paradójicamente, Antonio durmió ininterrumpidamente esa noche. A la mañana siguiente, se despertó con una sonrisa muy bella en la boca. Como hace tiempo no sucedía, su semblante atormentado se había convertido en uno llenísimo de tranquilidad. Ese día hablamos por horas acerca del día en que nos conocimos, de lo improbable que era habernos encontrado en ese mapa que él dibujó ese día en aquella servilleta, de lo hermoso que es cuando el universo conspira para que algo suceda, y de cómo nuestra condición humana es incapaz de asumir serenamente cuando todo debe acabar. Antonio me tomó en sus brazos, y pude sentir sus costillas. Era evidente la pérdida de peso, y cada día se hacia mas evidente".

Cuando escribió la última letra tiró la hoja de papel al piso, y buscó rápidamente una que estuviera en blanco para continuar plasmando las ideas que forcejeaban ferozmente por salir de su mente. Bajo la lámpara, aún quedaban algunas hojas en blanco, así que tomó una, y prosiguió: "Aquella fue la tarde más tranquila que habíamos pasado en meses. Nos reímos de todo y de nada; reconstruímos aventuras en nuestras mentes, y nos burlamos el uno del otro. Ese día, sentí la esperanza de volver a estar con mi Antonio, ese que yo amo tanto y que la vida me arrebató".

Su respiración cada vez se agitaba más, como sumergiéndose irremediablemente en una realidad paralela que la alteraba, pero que al mismo tiempo la aliviaba. Era como recordar, imaginar, fantasear. Tomar un suceso, como si fuera de arcilla, y amasarlo, y darle forma, aunque siguiera siendo arcilla, pero su forma sería mucho mas agradable, mas apreciable y mas aceptable.

"Siempre me había preguntado si la gente presentía de alguna manera el preciso momento en el que iba a morir, si se sentía alguna cosa, o si simplemente llegaba por sorpresa, como un rayo que impacta algo y lo desaparece. Pues ese último día, pareciese que los dos supiéramos que iba a ser el último. No hay una razón que lo pueda explicar, ni algo objetivo que pudiese asociar a ello. Fue más como un ardor en el pecho, totalmente incierto, pero que algo te dice que debes seguir. Si hay algo que haya sentido en mi vida que pueda llamar 'Ímpetu' sería ese momento".

"Mi Antonio me miró por última vez con el amor más puro que haya existido. En su mirada no había angustia, ni dolor. Tomó mi mano, la besó, y la puso sobre su pecho. Yo lo miraba atónita, como contemplando un milagro divino. Así, nos miramos por unos segundos y su respiración se fue desvaneciendo. Mi mano en su pecho advirtió que su corazón había dejado de latir. No hubo entonces llanto, ni dolor, ni desesperación... solo hubo amor. Cerré mis ojos y le entregué la parte de mi vida que le correspondía. Ese día, con él, murió gran parte de mi existencia". En ese punto, el panorama había cambiado radicalmente. Verónica ya no estaba aturdida, y tratando de sacar de sí las palabras, como si fueran dagas venenosas, sino tranquila, anestesiada... exorcizada.

En ese momento alguien tocó a la puerta. A decir verdad Verónica no había visto a nadie desde que todo eso había sucedido, y no tenía ganas de ver a nadie en ese momento. Así que se quedó muy quieta, con el fin de hacerle pensar al visitante que la casa estaba vacía, y que abandonara el lugar. Escuchó como golpeaban la puerta una y otra vez incesacentemente. Escuchó una voz que llamaba su nombre. Esa voz la remontaba a su niñez. Un sabor de auténtico dulce de leche añejo invadió su boca, y supo que un vago pretérito venía a encararla.

JS

sábado, 26 de junio de 2010

Utopía - Capítulo IV

La siguiente alborada, Antonio besó los hombros desnudos de Verónica. Sintió el aroma de su piel por unos segundos. Recordó la suavidad de su piel, y ese color canela que siempre le había fascinado. Cerró sus ojos y se remontó a aquellos días donde caminaban de la mano sin preocuparse por nada, donde el olor a madera fresca que expendían los troncos recién cortados al lado del camino era el efluvio mas exquisito alguna vez emanado; Cuando todo era simple. Se preguntaba incesantemente ¿Cuándo todo comenzó a tornarse así de complejo?.

Era absolutamente cierto; la realidad de Antonio y Verónica había cambiado en un santiamén, como si Melpómene, la diosa que alguna vez representó la belleza del cantar, pero que luego pasó a ser la musa de la tragedia, hubiese tocado ésta historia de amor para girarla a su antojo; para envolverla en una sábana satírica, y sumergirla en un pozo cáustico.

Unas náuseas incontenibles invadieron a Antonio, como si una rebelión intestinal se estuviera gestando en su vientre. Fue rápidamente al baño, cuidadoso de no interrumpir el sueño de Verónica, y allí arrojó su malestar. Desembuchó un par de confesiones, entre otras cosas. La realidad se estaba haciendo más tangible. El poder que alguna vez alguien le dijo que tenía el destino, estaba adquiriendo un peso inimaginable, que ni siquiera él sabía si podría cargar.

Reposó unos minutos en el baño sentado en el bidé, hasta que la lividez desapareció. Abrió la puerta, no sin antes mirarse al espejo para asegurarse que su apariencia no podría nunca desmentir que él se encontraba en óptimas condiciones. Cuando salió del baño se encontró de frente con Verónica, quien lo miraba con la cara transfigurada de desconcierto.

Antonio la miró fijamente a los ojos, y sus pupilas se dilataron. Su rostro ya no pudo camuflar más su verdadera marchitez. Su boca estaba renuente a emitir sonido alguno; sin embargo, dentro de sí, había algo que lo empujaba insistentemente a hablar. Verónica clavó su mirada con firmeza en la de Antonio, retándolo a que tomara su valentía, si es que aún tenía algo de eso, y fracturara su miedo, lo hiciera añicos. Ella tenía la certeza que algo estaba pasando, y no se iba a mover de allí hasta saber qué era.

Era casi imposible mentirle a la mujer que lo había acompañado casi todo el tiempo durante los últimos años. Era inútil ya pensar en ensamblar un relato improvisado. Él sabía que Verónica lo conocía perfectamente bien, y que tratar de seguir ocultando la verdad sólo empeoraría la situación; así que la tomó de la mano con suavidad, y la haló con delicadeza hacia la mesa del comedor. La mano de Verónica se sentía muy fría y rígida, pero al tacto de Antonio se reblandeció y  su cara cambió un poco de expresión.

Una vez se sentaron, Antonio comenzó a contarle una historia a su bella Verónica, donde el protagonista era él. Le narró como conocerla, y estar con ella, le había cambiado su vida. Le relató paso a paso como la percepción de todo lo que conocía había dado un vuelco al experimentar el verdadero amor, el cual había sido la tierra que le había permitido a la semilla de su alma nacer y crecer sanamente. Le dijo también, que cada minuto de su vida había valido la pena, simplemente por el hecho de haberla vivido con ella y para ella. Algunas lágrimas rodaban por sus mejillas libremente mientras hablaba, lo cual no le incomodaba, ni a él, ni mucho menos a ella.

Finalmente, y con la voz entrecortada, como queriendo contener la respiración un poco, le explicó que hasta las cosas construidas minuciosamente con amor infinito tienen que cumplir el ciclo biológico. A decir verdad, Antonio sólo estaba tratando de rodear amablemente la nefasta noticia, con la intención de aminorar la sorpresa, tal vez el dolor. Se detuvo un par de segundos, y tomó aire. Mientras exhalaba, y muy rápidamente, le dijo que iba a morir pronto. Le comentó que el tratamiento al que había sido sometido durante el año que estuvieron separados no había surtido ningún efecto, su sangre seguía corriendo por sus venas blanca, indefensa e inmadura.

Verónica lo miraba atentamente. Cada palabra que Antonio decía atravesaba su corazón, como una daga incandescente, como un tornado despiadado que licuaba su tuétano. Sin embargo, mantuvo la mirada con firmeza. Ya era suficiente con el dolor que podía ver en Antonio, y no quería empeorarlo. Por alguna tradición familiar, o tal vez religiosa, ella siempre trataba de mantenerse aferrada a la esperanza, y le daba a ésta un valor increíblemente poderoso. Esta oportunidad no sería la excepción, por el contrario, sería la prueba magna.

Lo tomó de las manos y sintió como temblaba frenéticamente. Apaciguó el temblor de las manos de Antonio con el calor de su cuello, y lo abrazó, de tal manera que sintiese que ella estaba ahí, a su lado, para luchar juntos, hombro a hombro, y rebasar la adversidad. No paraba de pensar ni un minuto que no sería justo que tuvieran que separarse otra vez, no sería ecuánime ante la consideración divina ni ante la lógica del destino. Estuvieron abrazados sin suscitar palabra alguna hasta que los sorprendió el anochecer.





JS

domingo, 13 de junio de 2010

Utopía - Capítulo III

Al día siguiente, el doctor Emiliano Balcázar pasó por la habitación donde estaba Verónica. Miró detenidamente la herida en su frente, y le comunicó que ya podía irse a su casa. Le advirtió que aunque la herida era profunda, en un par de semanas estaría sana casi por completo, y amablemente, le sugirió ponerse la pomada más de una vez al día para atenuar la posible cicatriz que quedaría en su lugar.

- ¿tiene alguien que la lleve a su casa? … ¿o hago que le llamen un taxi? Preguntó el doctor a Verónica. Ella asintió con una sonrisa infinita en su boca.
- ¿Sí tiene a alguien, o sí le llamo un taxi? Volvió a preguntar el doctor, ésta vez con un tono más firme. En ese momento Antonio cruzó la puerta y Verónica desvió su atención hacia él. El doctor abandonó la habitación sin suscitar mas palabras y un poco confundido con la situación.


Antonio y Verónica se despidieron de las monjas y enfermeras que habitaban el lugar. Hermosas palabras de agradecimiento y buenos deseos iban y venían, junto con promesas de volver pronto a visitar; en condiciones mas favorables, por supuesto.

En el carro no se escuchó una sola palabra hasta llegar a casa. Antonio conducía ensimismado, y cuando paraba la marcha su mirada se perdía. Verónica, aunque simulaba tener la mirada en el camino, mantenía firmemente su atención en cada movimiento que él hiciese. El aire se tornaba cada segundo mas pesado, mas difícil de respirar.

Al llegar a la casa Verónica rompió el silencio de los minutos anteriores con la dificultad con la que se rompe una cadena. Le agradeció a su amado el haber reaccionado acertadamente a tan escalofriante emergencia, y le contó un par de cosas que le habían sucedido en el hospital mientras él estaba en la sala de espera, y durante la noche que allí pasó.

Antonio parecía estar poniendo atención a cada palabra que ella decía, sin embargo, sus respuestas eran inusualmente inexpresivas. No hizo ni uno de los chistes que él siempre solía hacer, y no aprovechó ni una sola oportunidad para enfatizar sarcásticamente alguna frase que ella hubiese acabado de decir. Simplemente la miraba hablar con mucho interés. De vez en cuando sonreía un poco, y replicaba un monosílabo.

Pasaron las horas. La oscuridad fue llenando cada espacio de la casa, empujando la claridad lentamente afuera del lugar, para dar un espacio propicio a la intimidad. Hacía mas de un año que no compartían la cama, así que, estar ahí frente a frente, era casi tan excitante como el acto en sí.

Verónica desabrochó su sujetador con firmeza, y al poner su brazo al lado de su cuerpo, éste cayo al piso, dejando al descubierto su busto. Esos pechos redondos, firmes, rosados con los que Antonio había soñado durante todo ese tiempo separados. Recubiertos exquisitamente por una piel aterciopelada, suave, inimaginablemente tersa, que atraía fuertemente la atención, y el aliento de Antonio.

Sus miradas incandescentes se fundieron en un beso eterno. Las manos de Antonio temblaban, tratando de decidir si debían separar a Verónica de su lado y decirle la verdad, o si debían proceder a tocar su bello cuerpo. El néctar del amor los había embriagado irremediablemente. El aliento de Verónica estremecía a Antonio, al punto que él dejo que sus manos actuasen, sin interferencia de su mente.

No se podría encontrar en esta tierra acto mas puro que el que ocurrió esa noche en “El embalse”, como cariñosamente le decían a su morada. La lluvia golpeaba las ventanas incesantemente. Unas cuantas gotas de agua entraron sucesivamente a la casa por una de las ventanas que estaba entreabierta, sin lograr despertar ninguna reacción de parte de los amantes. Todo olía a ellos. Todo hacía parte de una conspiración universal para que esa noche sólo hubiera concupiscencia en el lugar.

JS

domingo, 6 de junio de 2010

Utopía - Capítulo II

Al abrir la puerta, Antonio, quien venía embebido en felicidad, encontró la casa inusualmente desordenada. Había una mezcolanza de ropa con algunos platos de la vajilla que sólo se usaban para ocasiones especiales, y unas flores frescas reposaban en una caja gris. A lo largo de la mesa, sin mucha elegancia, estaba puesto el mantel que la tía Aurora les había traído de Italia.

Aparentemente, Verónica no estaba en casa , pues no había nada que se moviera en ésta. Solo retumbaba el sonido que produce el goteo de un grifo mal ajustado. Antonio se sintió profundamente entristecido, y comenzó a divagar en un mar de pensamientos que le entumecían el alma. ¿No me estaba esperando? ¿Será que nisiquiera se acordaba que regresaría hoy?. Salió bruscamente de sus pensamientos cuando sintió un sonido, como el que hace un ratón cauteloso en una cocina bien colmada.Sin embargo, el sonido venía del baño.

Sigilosamente se aproximó al baño, con ese temblor ingrávido en sus manos que le producía la idea de encontrar un animal horrible allí, de esos mamíferos que constituían sus peores pesadillas. Continuó caminando hacia el baño y notó la puerta cerrada. Un gélido escalofrío recorrió su cuerpo. Su mayor temor ya no era encontrar una colosal rata en la papelera del baño.

Abrió la puerta rápidamente, y encontró a Verónica en el piso. Había sangre seca, lo que le hacía temer que había estado allí por largo tiempo. Verónica movía lábilmente su mano, como tratando de demostrarle a la muerte que aún había dentro de ella suficiente vida para resistir ese mal paso.

Antonio la tomó en sus brazos, y observó por unos segundos la herida en su frente; de allí provenía toda esa sangre que efectivamente maximizaba el pánico, y hacia parecer la situación mas tétrica de lo que ya era. Sintiéndose infelizmente impotente, miró al cielo, respiró profundo y trató de mantener la calma. Tenía que pensar asertiva y rápidamente.

Verónica trataba de mover sus ojos, en señal de fuerza y vigor. Así que, Antonio la levantó del piso y la puso en la cama. Dudaba si debía llevarla rápidamente a un hospital o si tal vez debía ponerle algo de ropa antes. Ella estaba muy fría; todo eso era tan aterrorizante. Abrió el closet buscando cualquier prenda fácil de ponerle. Esa tela grande, amarilla que él odiaba, y que ella usaba para la playa, amarrándola alrededor de su cuello como haciendo un vestido, era la perfecta ayuda en ese momento.

Envolvió a Verónica en esa tela amarilla, y notó que llevaba en su cuello el broche, entonces, ya tenía la certeza que no lo había olvidado ni un sólo día de los que estuvieron separados. La puso en el espacio trasero de su auto, acomodando su cuerpo de la mejor manera para que no fuera a caer de ahí. Buscó las llaves del auto en su pantalón, en su chaqueta, en su camisa, sin éxito. Sentía la presión que ha de sentir un deportista en un contrarreloj, sólo que en este caso si fallaba, perdería más de lo que podría contener toda su vida.

Cuando iba a regresar a la casa a buscar las llaves del carro, descubrió que estaban en el iniciador; seguramente la emoción de volver a ver a Verónica, después de 365 lunas, lo había hecho olvidar tomar las llaves. Encendió el carro, y lo condujo lo mas rápido que fue posible al Hospital de las Carmelitas, donde Verónica recibió atención inmediata.

Tuvo que esperar cinco horas y media en la sala de espera antes de escuchar su nombre. Lo llamaba una enfermera de unos 50 años, robusta y de profundos ojos azules. Le comentó por algunos minutos la situación de Verónica y lo invitó a pasar a verla. En realidad, eso era lo único que él estaba esperando que ella dijera, de los minutos previos a ello, no guardó en su mente nisiquiera media palabra.

Siguió a la enfermera por unos cuantos pasillos; enfermos habitaban cada rincón, algunos estaban en camas muy improvisadas y un olor característico invadía el lugar del techo al suelo. Entraron a una habitación, donde yacían seis personas en delicado estado de salud; de últimas, junto a la ventana, estaba su hermosa Verónica, con sus ojos abiertos, hermosos, tan llenos de vida como siempre.

Se acercó a la cama sin parar de mirarla fijamente ni un segundo. Sus ojos se humedecieron al ver que la infalible belleza de su amada sólo había crecido durante cada minuto que no la había visto. Se veía tan hermosa como el primer día que la vio caminando en aquella playa, cuando supo que ella habría de ser parte principal de su destino.  

La herida en su frente estaba cubierta por una compresa de caléndula que una monja había puesto sobre ella. Ninguna compresa, ninguna gasa, nada podría hacerla verse menos atractiva para él. Verónica sonrió al verlo, algunas lágrimas salieron de sus bellos ojos, rodaron por sus mejillas y coincidieron en su mentón, donde después de una corta espera, cayeron a su pecho.

Sus miradas se entrecruzaron con la fortaleza que sólo el amor verdadero brinda. Sonrieron casi al mismo tiempo. En conjunto, fue un gesto de compañerismo. En una fracción de segundo el rostro de Antonio se tornó sombrío; su sonrisa desapareció lentamente y sus ojos adquirieron una escalofriante profundidad.

Verónica indagó por la razón de ese cambio de semblante, pero Antonio, con la entereza que lo caracteriza, la envolvió en bellas palabras y trucos gramaticales, de aquellos que a él tanto le gustaba hacer, hasta que ella finalmente olvidó el asunto.

JS

jueves, 27 de mayo de 2010

Utopía - Capítulo I

Debajo de aquella manta se vislumbraba una bella figura, la figura de una pequeña maravilla. Sus curvas eran pronunciadas, perfectas, agudas… encajaban divinamente en el borde de la botella que estaba sobre la mesa, y también encajaban increíblemente bien en la obtusa mente de Antonio, quien la miraba detenidamente mientras dormía.

 A la simple vista de un simple mortal esta noche era especialmente oscura, sin embargo, Antonio la veía con peculiar claridad. Ha de ser porque sus pupilas ya habían adquirido la forma correcta, o porque esta noche era una noche que cambiaría su historia para siempre.

Antonio la miraba atónito, sin parpadear, sin respirar… cada átomo, cada célula, cada cosa en su ser apuntaba a Verónica. Ella, yacía sobre una sábana blanca y bajo una manta color crudo, de un lino inglés que su padre le había traído hacía algunos años de alguno de sus viajes.

Su respiración marcaba el compás al que el corazón de Antonio palpitaba… un, dos, tres, cuatro… cada vez más rápido, como si algo intranquilizara su sueño. El reloj en la pared marcó las doce. Era hora de partir. Antonio se acercó a ella con la sutileza que lo caracterizaba hasta llegar a estar muy cerca, sin embargo, no la besó para evitar el riesgo de terminar con su sueño ya aparentemente perturbado. Dudó por un segundo si debía quedarse, pero cumplió con lo previamente decidido.

En el país del sagrado corazón pocas veces brillaba la luna con dicha intensidad, pero esa era una noche especial; hasta la luna convino con ello. Verónica durmió intranquilamente. Dio un par de vueltas en la cama, lo cual en ella, era bastante extraño. 
Llegó el amanecer. Cantaron algunos pájaros que aún tenían el valor de hacerlo. El reloj de pared marcó las ocho, hora a la que por reflejo Verónica solía despertarse desde que era una infante. Sin embargo, aquel día todo fue diferente… el reloj marcó las nueve, las diez, las once… En la casa no había nada que se moviera un ápice hasta las 12.

Así fue, Verónica abrió sus ojos a las 12. Aturdida, embotada y confundida por el prolongado descanso, sintiendo como su mente naufragaba entre la realidad y la imaginación… rebotaba una y otra vez en la quimera y eso le producía unas nauseas incontrolables. Se levantó de la cama como queriendo escapar de la sensación, y se percató de que su amado Antonio no estaba allí. Un profundo miedo invadió su cuerpo y su mente. Verónica siempre había sufrido de ese miedo irrisorio a estar en soledad. Parece que ahora tendría que hacerle frente.

Sentía como se iba paralizando cada parte de su cuerpo; un frío mortífero se había diluído en su sangre. Ese frío la acompañaría desde ese momento hasta el fin de sus días. Se quedó paralizada un par de horas, desnuda, a un costado de su cama. Cuando finalmente se movió, lo hizo para mirar por su ventana, sólo para comprobar que él se había ido… no estaba su carro, ni su ropa, ni su cepillo de dientes, ni su colección de discos de esa música tan rara apta solo para sujetos de gustos exquisitos y bien conocidos. Se había llevado todo.

Desde ese día en adelante todo fue diferente para ellos dos. Los días pasaban para Verónica como señales que permitían cuantificar el tiempo que faltaba para verlo de nuevo. Sólo 365 días tenía que esperar para volverlo a ver, un año… no era tanto al final.
Colgó en su cuello ese broche que representaba su amor eterno, el mismo que él le había dado en uno de sus primeros encuentros. Sus miradas, su ternura, su amor estaba fundido en ese broche, así que ella lo volvió a lucir en su cuello, aunque a veces sintiese que le quemaba un poco la piel.

Así pasaron unos meses. Cada amanecer le recordaba a Verónica que él se había ido, pero cada atardecer le decía que faltaban menos días para verlo. A la hora del baño no pasó un sólo día en que ella no escuchara esa melodía en su cabeza …”cuando estabas entrando, cuando estabas entrando”… todo le acordaba a él. Si notaba un detalle inusual que a él le hubiera fascinado o si veía a un simple perro cagando. Todo parecía hacer parte de un rompecabezas mental que la mantenía atada a un recuerdo esperanzador.

Siguieron pasando los días, los meses… y por fin llegó ese tan anhelado día. Se levantó a las ocho reglamentarias, con esa sonrisa en su boca que no se quitaba con nada que hiciera. Se bañó durante más de una hora cantando esa melodía que la llevaba a los días donde era completamente felíz. Lavó su cuerpo con peculiar especificidad en espera de su amado. Usualmente ella consideraría que tomar una ducha de una hora era un desperdicio de agua, sobre todo en esos días donde el líquido vital estaba tan escaso. Sin embargo, ese día no había nada que pudiera empañar su felicidad, ni siquiera su conciencia.
Salió de bañarse con bastante prisa, ya que quería tener todo listo para la llegada de Antonio. Al alcanzar la toalla resbaló y cayó con tanta fuerza que el piso de la tina pareció moverse al estruendo. Permaneció ahí por unos minutos. ¿Cómo era posible que pasara eso justo en ese día? Un hilo de sangre brotó de su cabeza mezclándose con el agua que aún reposaba en el piso. El cuerpo reposó por unas horas allí, inmóvil... carente de vida y de savia.




JS

viernes, 2 de abril de 2010

Notas de una viajera

Y como si se pudiera empacar en una maleta todo lo que se tiene, todo lo que se ama… todo lo que se és. Y es que entre profundas cavilaciones que golpean lo que se és, y reducen lo que se quiere ser, rebotan en lo que se tiene, y finalmente dan un golpe seco y definitivo en lo que se siente; hacen ver claramente que soy fragmentos de lugares, de momentos, de personas. Soy ese pedazo pupitre, soy ese barrial que se arma detrás de la facultad cuando llueve, soy ese sonido de gaitas, el humo de los carros, esa mujer ofreciéndome cosas, los tacones golpeando el pavimento frio, esa brisa moviendo mi pelo, soy esa bandera amarilla y roja ondeando, soy esa amistad leal, soy ese platillo hecho por mi madre, soy el eco de la maestra retumbando en muchas mentes, soy ese murmullo incansable repitiendo ese cabestrillo olvidado … ese olor a madera, ese reflejo en el espejo, ese libro que carece de una página… soy lo que he sido, seré lo que he sido.

Johanna Salamanca
 
Copyright 2009 Rarezzas. Powered by Blogger
Blogger Templates created by Deluxe Templates
Blogger Showcase